Permítanme contarles la historia de un joven valiente cuyo ego despuntaba.
Mil lujos poseía y
dos mil no valoraba. Todo vale nada para el corazón maleducado.
Sin embargo, un
deseo inapropiado puede desbocar al hombre más sensato.
Y eso fue lo que
deparó a nuestro protagonista, en una noche de verano…
Una ronda más de ron
basta para nublar el juicio del más audaz caballero.
Su Iwatch indicaba
que eran solo las 21:15 de un sábado de tentación.
“Randonáutica”,
alguien citó. Al fin algo que al joven retaba.
Y allá que fue este
gran hombre a probar aquella curiosa aplicación.
Embriagado por el
deseo de a dos muchachas impresionar,
El gran hombre, a
quien llamaremos Adrián, subió a su moto
Y deleitado por el
jugo de su adrenalina, dejó hasta el casco atrás,
Emprendiendo esta
aventura con nada más que el móvil y el carnet de identidad.
No fueron más de 10
minutos los que Adrián tardó en dejar atrás la ciudad.
Los altos edificios
dieron paso a parajes de cultivo, hierba seca y rastrojos.
Las afueras de Málaga
estaban en calma y absoluta soledad.
Miró el mapa en la
pantalla. ¡Ya estaba cerca de aquel pequeño punto rojo!
Aparcó frente a la
valla de una finca privada y no tardó en dar con la entrada.
Debía darse prisa y
encontrar aquel lugar antes que la luna lo ocultase de lleno
¡Qué suerte! La
puerta estaba abierta. ¡Algo grande le esperaba!
Avanzó con cautela
entre las matas, tratando de no ensuciarse sus zapatillas de estreno.
No contó los pasos
que avanzó, pero finalmente alcanzó su destino.
Nada llamó su
atención salvo un agujero en la tierra cuya profundidad destacaba.
Habrían estado
cavando, ¿por qué la tierra habían extraído?
Escrutó aquel hoyo
con afán, pero nada extraño se apreciaba.
La desilusión hizo
mella en sus ojos. ¡No había nada que una foto mereciera!
Golpeó una piedra que
produjo un tosco sonido al aterrizar.
El curioso Adrián
enfocó su mirada en el punto donde acababa de colisionar.
Una turbia silueta
levitaba cual humo entre los árboles, como si le hiciese la espera.
¿Qué acababa de
vislumbrar? ¿Acaso el alcohol había enterrado su razón?
Parpadeó y ahí
seguía, con dos puntos amarillos cual ojos en su rostro difuso.
“¿Hola?”, inquirió un
acobardado Adrián. Más no hubo respuesta que apaciguara su desazón.
Mareado y
atormentado, el joven agarró una roca y se la lanzó confuso.
Pero ésta jamás llegó
a su objetivo, pues sin razón aparente se esfumó.
Pareciendo haberse
ofendido, aquel ser su escondite abandonó
Y sin vacilar,
comenzó a avanzar lentamente hasta la posición de nuestro amigo Adrián.
Este, habiéndose
mojado los pantalones, comenzó a gritar.
Mas nadie le oía en
aquel deshabitado lugar, solo un viento que en respuesta sopló.
“¡Lo siento!”, gritó
entre sollozos, “¡nunca quise molestar!”
Mas nada detenía el
avance de aquella sombra, que ya distaba a pocos pasos de su posición.
Aquellos puntos
amarillos comenzaron a incrementar.
Adrián quedó
absorbido en una anómala nube de oscuridad.
Como hipnotizado, un
pasó dio hacia atrás y cayó en el agujero.
Desde el fondo
temblaba, esperando ver aquello pasar.
Mas fue otra cosa lo
que a sus ojos deparaba.
Puñados de tierra
sobre su cuerpo se estrellaban, sumergiéndole en el suelo.
No hubo más noches
que disfrutar, ni más días para beber.
Aquel fue el final de
un hombre audaz, que quiso subestimar el poder del más allá.
No hay perdón si no
hay respeto, debemos de aprender.
Pues quien importuna
el sueño eterno, al mismo condenado ha de quedar.
The Chapter Hunter