martes, 30 de junio de 2020

El Friki


Unos halos de luz anaranjados se colaban entre las pequeñas lamas de las persianas venecianas que cubrían los ventanales de la estancia.

Pablo extrajo su ordenador portátil de la funda negra y lo depositó sobre la mesa del profesor. Introdujo el pen drive en uno de los puertos USB.
La ventana emergió enseguida, mostrando cinco vídeos almacenadas en su interior.
El chico se sentó en aquella cómoda silla de oficina frente al ordenador y clicó en el primero de todos, iniciando así una reproducción en cadena de todos los siguientes.


VID_0001
Avanzaba lentamente sobre la acera, acortando los metros que quedaban entre su casa y el instituto. El objetivo de la cámara grababa la desgastada puntera de sus deportivas blancas, emergiendo en la imagen una tras otra al compás de sus pasos.
Una voz rompió la monotonía del sonido. La cámara giró 90 grados y enfocó a un chico alto y delgado, de constitución atlética, que avanzaba a grandes zancadas por la misma acera, en su dirección.
Le alcanzó enseguida. La cámara grabó su sonrisa perfecta y mordaz.
¡Ey, friki! exclamó mientras le daba una sonora palmada en el antebrazo. ¿Por qué no me has esperado?
Me llamo Pablo reprochó la tímida voz que se escondía tras el objetivo de la cámara.
La sonrisa del otro se tornó en una mueca burlona. Frunció el ceño.
Oye, ¿no crees que te has olvidado de algo?
Pablo vaciló y respondió con voz entrecortada “no”.
Su interlocutor permaneció observándole unos milisegundos con rostro inexpresivo. Entonces su mirada enfureció y proporcionó una fuerte sacudida al portador de la cámara, provocando una oscilación de la imagen.
¿Hablas en serio, estúpido? ¿Sabes lo que va a costarme eso? Si no presento el trabajo, suspenderé. Más vale que tengas ese trabajo guardado en tu asquerosa mochila de friki si no quieres que te espere a la salida.
¡Es tu trabajo! ¿Por qué tengo que hacértelo yo? ¡Eres un vago!
Un raudo puñetazo tiró a Pablo al suelo y la cámara quedó apuntando hacia el pavimento.


VID_0002
La clase estaba abarrotada. Todos hablaban con todos. Pablo grababa sentado en su pupitre. El profesor aún no había llegado.
El chico se incorporó y se dirigió hacia la esquina donde tres chicas charlaban alegremente y reían entre ellas. Le miraron con desconfianza cuando llegó hasta ellas.
Alicia murmuró Pablo, ¿viste mi WhatsApp?
La aludida de las tres, de pelo oscuro y ondulado, le escrutó con sus grandes ojos verdes.
¿Qué WhatsApp, pringado? inquirió ella con desgana.
El que te mandé ayer por la tarde donde te preguntaba si querías venir al cine conmigo el sábado. Sé que lo viste porque los ticks se volvieron azules.
Alicia arrugó los labios. Sus dos amigas comenzaron a reírse, tapándose la boca. La chica, irritada y avergonzada, se puso colorada.
¿Tú crees que yo iría a algún lado contigo, gordo de mierda? ¡Lárgate de aquí y vete al cine con tus frikadas!
Acto seguido, miró a sus amigas, tratando de comprobar que había arreglado la humillante situación que aquel infeliz había arrojado sobre su perfecta persona.


VID_0003
Hora del recreo. Todos los alumnos se agrupan en distintas zonas del amplísimo patio. Hablan, ríen y bromean.
La cámara recoge varias escenas cotidianas de este momento del día, recorriendo, desde la distancia, varios de estos grupos de jóvenes desprevenidos.
Sin embargo, nadie parece acercarse a él. Pablo, cámara en mano, disfruta de una forzada soledad. Nadie ríe junto a él, nadie bromea amistosamente sobre su pelo o esa camiseta que se le ha quedado pequeña. Nadie comparte un bocadillo con él ni le da conversación sobre el último partido del Real Madrid.
 Pablo está solo.
Un chico de pelo cobrizo y rizado pasa junto a él. Lleva un balón bajo el brazo derecho y un sándwich en la mano. Parece no verle a pesar de separarles unos míseros centímetros.
¡Ey, Mario! saluda Pablo.
Mario se detiene y vacila. Finalmente vira sobre sus talones y le analiza con una mirada de aversión.
¿Qué quieres, friki? contesta con apatía.
¿Os hace falta un jugador más?
El otro le observa de arriba abajo antes de responder a su pregunta.
Lo siento. Creo que deberías adelgazar para jugar. Serías un estorbo
Y aquel chico se marcha corriendo, en dirección a otro grupo de impacientes estudiantes que le esperan en la pista.


VID_0004
Aula de Música. Sentado en su pupitre, Pablo extrae un cómic de Spiderman de su mochila. Lo coloca sobre la mesa y lo abre por la primera página. No han pasado ni cinco segundos cuando un chico robusto, con una media melena rubia, se acerca.
¿Qué lees? pregunta con sorna.
Pablo cierra el cómic inmediatamente.
Nada contesta.
¿No eres un poco mayor para leer esas historietas de críos?
Pablo no responde.
Tengo algo más interesante dice el rubio.
Acto seguido saca de su mochila una revista donde una mujer desnuda y en posición sugerente destaca en la portada.
¿Por qué no echas un vistazo? Es mucho más entretenido que esa basura.
Pablo trata de apartar la revista de su mesa cuando la profesora entra en la clase. El rubio se ríe escandalosamente.
¡Profesora! ¡Profesora! la llama. Ella centra su atención en él. ¡Pablo ha traído una revista porno al instituto!
Y Pablo se cubre la cara con las manos. No trata de defenderse. Parece que supiera que es inútil.


VID_0005
Camina por el pasillo, en dirección al comedor.
De nuevo, parece ir solo. A ambos lados, se ven grupos pequeños de estudiantes charlando alegremente entre ellos, ajenos a todo.
Hay una chica pelirroja apoyada en la pared, junto a la entrada del comedor.
Hola, Elena saluda.
Hola contesta ella, ¿cómo te fue el examen de inglés?
Bastante bien, ¿y a ti?
¿Tú qué crees? exclama secamente, como si le hubiera ofendido la pregunta. ¿Te crees mejor que los demás, friki?
¿Qué? ¡No! ¿Por qué dices eso? contesta Pablo apurado.
Ella sonríe maliciosamente.
Era broma. Anda vamos a comer.
La chica le da una palmada en la espalda.
Pablo entra en el comedor y muchos empiezan a reírse a su paso.
¡Eh, friki! le llama Elena desde atrás, a ver si lavamos la camiseta.
Pablo corre al servicio y enfoca su imagen en el espejo. Al voltearse, comprueba que hay una gran mancha de algo marrón y viscoso en su espalda.


Pablo cogió su teléfono móvil y abrió la aplicación de la cámara. Se incorporó de aquella silla de oficina y se dio la vuelta lentamente.
Tras él, sobre el suelo pulido del aula, reposaban cinco cuerpos, tendidos uno junto a otro, creando un cuadro macabro y simétrico. Una obra de arte.
Se acercó a sus rostros, cubiertos por sacos raídos, y los fue destapando uno por uno.
La cámara transitó pausadamente por ellos, deteniéndose en sus facciones, ahora exánimes, estáticas.

Cuando terminó su recorrido por las cinco caras inexpresivas, volvió al escritorio y enchufó un cable desde el móvil al ordenador.

Transfirió el último vídeo mientras las sirenas de los coches de policía comenzaban a irrumpir en el frío silencio de la estancia.

The Chapter Hunter


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