Unos halos de luz anaranjados
se colaban entre las pequeñas lamas de las persianas venecianas que cubrían los
ventanales de la estancia.
Pablo extrajo su ordenador
portátil de la funda negra y lo depositó sobre la mesa del profesor. Introdujo
el pen drive en uno de los puertos USB.
La ventana emergió enseguida,
mostrando cinco vídeos almacenadas en su interior.
El chico se sentó en aquella
cómoda silla de oficina frente al ordenador y clicó en el primero de todos,
iniciando así una reproducción en cadena de todos los siguientes.
VID_0001
Avanzaba lentamente sobre la
acera, acortando los metros que quedaban entre su casa y el instituto. El
objetivo de la cámara grababa la desgastada puntera de sus deportivas blancas,
emergiendo en la imagen una tras otra al compás de sus pasos.
Una voz rompió la monotonía del
sonido. La cámara giró 90 grados y enfocó a un chico alto y delgado, de
constitución atlética, que avanzaba a grandes zancadas por la misma acera, en
su dirección.
Le alcanzó enseguida. La cámara
grabó su sonrisa perfecta y mordaz.
—¡Ey, friki! —exclamó mientras le daba una sonora palmada en el antebrazo. — ¿Por
qué no me has esperado?
—Me llamo Pablo —reprochó la tímida voz que se escondía
tras el objetivo de la cámara.
La
sonrisa del otro se tornó en una mueca burlona. Frunció el ceño.
—Oye, ¿no crees que te has olvidado de
algo?
Pablo
vaciló y respondió con voz entrecortada “no”.
Su
interlocutor permaneció observándole unos milisegundos con rostro inexpresivo.
Entonces su mirada enfureció y proporcionó una fuerte sacudida al portador de
la cámara, provocando una oscilación de la imagen.
—¿Hablas en serio, estúpido? ¿Sabes lo que va a costarme eso?
Si no presento el trabajo, suspenderé. Más vale que tengas ese trabajo guardado
en tu asquerosa mochila de friki si no quieres que te espere a la salida.
—¡Es tu trabajo! ¿Por qué tengo que
hacértelo yo? ¡Eres un vago!
Un
raudo puñetazo tiró a Pablo al suelo y la cámara quedó apuntando hacia el
pavimento.
VID_0002
La
clase estaba abarrotada. Todos hablaban con todos. Pablo grababa sentado en su
pupitre. El profesor aún no había llegado.
El
chico se incorporó y se dirigió hacia la esquina donde tres chicas charlaban
alegremente y reían entre ellas. Le miraron con desconfianza cuando llegó hasta
ellas.
—Alicia — murmuró Pablo, —¿viste mi WhatsApp?
La
aludida de las tres, de pelo oscuro y ondulado, le escrutó con sus grandes ojos
verdes.
—¿Qué WhatsApp, pringado? —inquirió ella con desgana.
—El que te mandé ayer por la tarde donde te preguntaba si querías venir al
cine conmigo el sábado. Sé que lo viste porque los ticks se volvieron azules.
Alicia
arrugó los labios. Sus dos amigas comenzaron a reírse, tapándose la boca. La
chica, irritada y avergonzada, se puso colorada.
—¿Tú crees que yo iría a algún lado contigo, gordo de mierda?
¡Lárgate de aquí y vete al cine con tus frikadas!
Acto
seguido, miró a sus amigas, tratando de comprobar que había arreglado la
humillante situación que aquel infeliz había arrojado sobre su perfecta
persona.
VID_0003
Hora
del recreo. Todos los alumnos se agrupan en distintas zonas del amplísimo
patio. Hablan, ríen y bromean.
La
cámara recoge varias escenas cotidianas de este momento del día, recorriendo,
desde la distancia, varios de estos grupos de jóvenes desprevenidos.
Sin
embargo, nadie parece acercarse a él. Pablo, cámara en mano, disfruta de una
forzada soledad. Nadie ríe junto a él, nadie bromea amistosamente sobre su pelo
o esa camiseta que se le ha quedado pequeña. Nadie comparte un bocadillo con él
ni le da conversación sobre el último partido del Real Madrid.
Pablo está solo.
Un
chico de pelo cobrizo y rizado pasa junto a él. Lleva un balón bajo el brazo
derecho y un sándwich en la mano. Parece no verle a pesar de separarles unos
míseros centímetros.
—¡Ey, Mario! —saluda Pablo.
Mario
se detiene y vacila. Finalmente vira sobre sus talones y le analiza con una
mirada de aversión.
—¿Qué quieres, friki? —contesta con apatía.
—¿Os hace falta un jugador más?
El
otro le observa de arriba abajo antes de responder a su pregunta.
—Lo siento. Creo que deberías adelgazar
para jugar. Serías un estorbo…
Y
aquel chico se marcha corriendo, en dirección a otro grupo de impacientes
estudiantes que le esperan en la pista.
VID_0004
Aula
de Música. Sentado en su pupitre, Pablo extrae un cómic de Spiderman de su
mochila. Lo coloca sobre la mesa y lo abre por la primera página. No han pasado
ni cinco segundos cuando un chico robusto, con una media melena rubia, se
acerca.
—¿Qué lees? —pregunta con sorna.
Pablo
cierra el cómic inmediatamente.
—Nada —contesta.
—¿No eres un poco mayor para leer esas
historietas de críos?
Pablo
no responde.
—Tengo algo más interesante —dice el rubio.
Acto
seguido saca de su mochila una revista donde una mujer desnuda y en posición sugerente
destaca en la portada.
—¿Por qué no echas un vistazo? Es mucho más
entretenido que esa basura.
Pablo
trata de apartar la revista de su mesa cuando la profesora entra en la clase.
El rubio se ríe escandalosamente.
—¡Profesora! ¡Profesora! —la llama. Ella centra su atención en
él. —¡Pablo
ha traído una revista porno al instituto!
Y
Pablo se cubre la cara con las manos. No trata de defenderse. Parece que
supiera que es inútil.
VID_0005
Camina
por el pasillo, en dirección al comedor.
De
nuevo, parece ir solo. A ambos lados, se ven grupos pequeños de estudiantes
charlando alegremente entre ellos, ajenos a todo.
Hay
una chica pelirroja apoyada en la pared, junto a la entrada del comedor.
—Hola, Elena —saluda.
—Hola —contesta ella, —¿cómo te fue el examen de inglés?
—Bastante bien, ¿y a ti?
—¿Tú qué crees? —exclama secamente, como si le hubiera
ofendido la pregunta. —¿Te crees mejor que los demás, friki?
—¿Qué? ¡No! ¿Por qué dices eso? —contesta Pablo apurado.
Ella
sonríe maliciosamente.
—Era broma. Anda vamos a comer.
La
chica le da una palmada en la espalda.
Pablo
entra en el comedor y muchos empiezan a reírse a su paso.
—¡Eh, friki! —le llama Elena desde atrás, —a ver si lavamos la camiseta.
Pablo
corre al servicio y enfoca su imagen en el espejo. Al voltearse, comprueba que
hay una gran mancha de algo marrón y viscoso en su espalda.
Pablo
cogió su teléfono móvil y abrió la aplicación de la cámara. Se incorporó de
aquella silla de oficina y se dio la vuelta lentamente.
Tras
él, sobre el suelo pulido del aula, reposaban cinco cuerpos, tendidos uno junto
a otro, creando un cuadro macabro y simétrico. Una obra de arte.
Se
acercó a sus rostros, cubiertos por sacos raídos, y los fue destapando uno por
uno.
La
cámara transitó pausadamente por ellos, deteniéndose en sus facciones, ahora
exánimes, estáticas.
Cuando
terminó su recorrido por las cinco caras inexpresivas, volvió al escritorio y
enchufó un cable desde el móvil al ordenador.
Transfirió
el último vídeo mientras las sirenas de los coches de policía comenzaban a
irrumpir en el frío silencio de la estancia.
The Chapter Hunter
No hay comentarios:
Publicar un comentario